Yokoso Japan! – Despedida y buenos recuerdos
Yokoso Japan! – Despedida y buenos recuerdos
Martes, miércoles, jueves, viernes, sábado… El calendario se había encargado de pasar una a una y de forma rápida, las páginas de mi primera visita a Japón. Sabía que había aprovechado el tiempo al máximo; sin embargo, tenía sed de más.
Anonadada, constataba otra vez la veracidad de aquello de que el tiempo vuela. Y es que ciertamente, cuando se conocen sitios interesantes, cuando se disfruta de lo que se hace, el tiempo transcurre tan rápido que no somos conscientes de su paso.
Ese sábado, ese último día en Tokio, fue el elegido para que Maleny y yo nos encontrásemos con Silvina, una querida amiga de la escuela, que lleva viviendo en este país casi tantos años como yo en Madrid.
Para nuestro deleite, Silvi tenía varias cosas programadas en la agenda del día: visitar Asakusa, dar un paseo en barco por el río Sumida, conocer a algunas de sus amigas y terminar la velada cenando en un restaurante en la zona de Ginza.
El punto de encuentro elegido fue la céntrica estación de Roppongi. Maleny y yo nos adelantamos unos minutos a la hora pactada, y al poco tiempo se nos sumaron Silvina y Jean, su esposo. Mientras nos poníamos al día, decidimos dar un corto paseo por el barrio: subimos a Roppongi Hills, un complejo urbanístico que aloja oficinas, edificios residenciales, espacios comerciales, restaurantes, un museo y hasta un estudio de televisión (TV Asahi) y cuyo centro es la Torre Mori (nombrada en honor al artífice del proyecto Minotu Mori); luego pasamos por la zona de cadenas de restaurantes occidentales: Outback Steakhouse, T.G.I. Friday’s, etc. y terminamos en la tienda del Hard Rock Cafe, sitio obligado para cumplir con uno de mis rituales de viaje favoritos: comprar un pin de cada sitio visitado. Y es que, además de sumar postales, como mencioné en una entrada anterior, me encanta coleccionar pines e imanes de diferentes lugares, creo que es una forma económica de llevarme un bonito recuerdo de cada sitio por el que paso.
Pin en mano, decidimos partir hacia el primer punto de la visita: Asakusa. Si leyeron el relato de Nikko, el nombre Asakusa les será familiar. Este barrio de Tokio, muy visitado por locales y extranjeros, es famoso sobre todo por sus festivales y templos entre los que destaca el Senso-ji, un santuario budista dedicado a Kannon o Guan Yin (diosa de la misericordia), y célebre por su Puerta del Trueno (Kaminarimon) donde destacan las estatuas de Fujin y Raijin, dioses del viento y el trueno, y la gigantesca lámpara que la adorna.
Siendo sábado por la mañana, toda la zona estaba abarrotada de gente, unos comprando amuletos en las pequeñas tiendas que durante centurias han abastecido a devotos y peregrinos; otros, lavando sus manos en las fuentes y purificando su espíritu inmersos en la cortina ahumada del incienso o lanzando alguna moneda como ofrenda a la diosa de la misericordia.
Tras entrar al templo, que estaba a rebosar entre turistas y devotos, decidimos despejarnos un poco y caminar hacia la zona de la pagoda y los jardines del templo. Una vez allí, entre el olor del incienso y las pequeñas cocinas humeantes apostadas a ambos lados de la zona peatonal, nos convencimos de que era hora de hacer una pausa y deleitar a nuestro paladar.
Pasamos frente a los diversos puestitos de comida y tras una corta deliberación, al menos entre las chicas, la decisión fue unánime: íbamos a comer okonomiyaki; Jean, en cambio, prefirió un sitio de fideos ubicado unos metros más adelante. Los cocineros dispusieron la comida, nos ofrecieron unos pequeños taburetes e ¡itadakimasu!, a comer se ha dicho. La comida estaba espectacular y el ambiente era inmejorable: a mano derecha el Senso-ji y la pagoda, en frente un precioso jardín japonés, sobre nosotros, un cielo celeste que se extendía hasta donde alcanzaba la vista y la compañía de buenos amigos, ¡qué más podíamos pedir!
Golosa como soy, es obvio que tras la comida, no pude resistirme a parar en un quiosco de postres donde tenían unos dulces fritos que se escapaban de las manos de los vendedores como pan caliente. Los habían de diferentes colores y sabores. Yo me decidí por uno de té verde, y es que habiendo viajado tan lejos, nada mejor que probar sabores nuevos, ¿no creen? Y afortunadamente, no me arrepentí. ¡Estaba buenísimo!
El siguiente punto previsto en la agenda era encontrarnos con una amiga de Silvina y Jean, Akiko-san, que para nuestra sorpresa hablaba un español perfecto, fruto de algún tiempo de estudio en México, y cuya familia es dueña de un restaurante de ramen llamado Yoroi-ya, ubicado entre Kaminarimon y Senso-ji.
Como pueden imaginarse, tras el banquete, nuestra idea no era seguir comiendo, pero cuando el padre de Akiko-san se dio cuenta de que estábamos fuera del restaurante esperando a su hija, nos hizo pasar y rápidamente nos ubicó en una mesa, nos entregó una carta y nos invitó a ordenar. Jajajaja, ¡no había escapatoria! Aunque bueno, pensándolo bien, tampoco es que quisiésemos una.
Una vez llegó la comensal que faltaba, y tras las presentaciones pertinentes, seguimos las recomendaciones de la casa y ordenamos un par de bandejas de gyoza (pequeñas empanadillas a la plancha rellenas de vegetales o carne) para compartir, y Maleny y Jean se atrevieron además con un plato de ramen. Maleny me contó que este ramen le había gustado mucho más que el que probamos el primer día en Shibuya y yo puedo asegurar que las gyoza estaban de muerte, así es que si tienen la oportunidad de pasar por el barrio recomiendo que se den una vuelta por el Yoroi-ya.
Ahora sí, con la panza aún más llena, nos dirijimos al embarcadero de Asakusa, a cumplir con el siguiente punto del itinerario: tomar un suijo-bus (bus acuático) para hacer una visita panorámica de algunos de los edificios más emblemáticos de Tokio y pasar por debajo de los 12 puentes que cruzan el río Sumida.
Entre fotos y risas, durante el relajante paseo en barco, acudieron a mi mente algunos de los cientos de detalles que habían llamado mi atención sobre el comportamiento de la gente en Tokio y dado que tenía delante a unos pocos locales de nacimiento y de adopción decidí dejar salir algunas de las preguntas que se agolpaban en mi cabeza. Así, Silvina me contó que la razón por la cual habían chicos en uniforme durante un fin de semana era que los centros educativos están abiertos todos los días y los sábados y domingos están dedicados a las actividades extracurriculares: música, banda, deportes. Además, independientemente del colegio en el que estudien, todos los alumnos llevan el mismo tipo de uniforme para generar una sensación de igualdad entre todos. Durante mi corta estancia en Tokio, me había percatado de que la reputación de trabajadores incansables de los japoneses parecía tener un fundamento real. Mis anfitriones me lo confirmaron, comentándome que aunque en teoría el horario laboral es de 08:00 hrs. a 17:00 hrs., está muy mal visto retirarse del puesto de trabajo antes que los superiores, por lo que la gente permanece en su oficina hasta la hora que su jefe considere, aunque no tengan nada que hacer. Asimismo, tomarse más de tres días seguidos de los once de vacaciones anuales se considera inapropiado, por lo que normalmente aprovechan los puentes o festivos para sumarlos a los tres días políticamente correctos y así viajar un poco más lejos. Es por eso que hay tanto turismo interno y que en general cuando se ve a grupos de turistas japoneses en otras latitudes, se trata de gente jubilada.
Como mencioné al principio de la entrada, el tiempo es implacable en su paso, así es que tras una hora de viaje, era el momento de dejar las preguntas atrás para desembarcar en una isla artificial en la bahía de Tokio llamada Odaiba, donde visitamos el centro comercial Aqua City y apreciamos en todo su esplendor el «Rainbow Bridge» y la réplica nipona de la estatua de la libertad.
No teníamos mucho tiempo para estar allí, pues nos esperaban para comer, así es que dimos una vuelta rápida por el centro comercial y nos preparamos para volver. Por cierto, en el mall vi una tienda de mascotas donde además de comida convencional, vendían galletas y dulces decorados para los animales, jajaja, ¿se lo imaginan?
El regreso fue en tren y nos bajamos en la estación Ginza, donde nos encontramos con la última integrante del grupo, Niwa-san, otra amiga de Silvina y Jean, que al igual que Akiko-san habla perfectamente español debido a que vivió y estudió algún tiempo en España. Me sorprendió ver que vestía un kimono precioso, por lo que le pregunté a Silvi si eso era algo habitual. Ella me explicó que no es usual, pero que su amiga estaba estudiando la cultura que rodea este traje y que trata de usarlo siempre que puede.
Como no sabíamos dónde estaba exactamente el restaurante, dimos algunas vueltas por el barrio que me sirvieron para quedar maravillada con las tiendas lujosísimas, en las que de momento no puedo ni soñar en comprar, que lo pueblan. No entramos a ninguna, pero tomé algunas fotos de sus fachadas:
Callejeando, finalmente llegamos al restaurante. Ya sé que pareciera que ese día sólo nos dedicamos a comer y a charlar, pero tal como reza el título de la entrada, mi deseo era despedirme de Japón rodeada de amigos, de buena comida y forjando recuerdos inolvidables. 😉
El broche de oro de un día diferente y especial en Tokio lo pusieron unas delicias típicas de la región de Okinawa acompañadas de algunas jarras de cerveza.
Basta decir que la comida estaba exquisita, la compañía fue deliciosa y que el recuerdo que me llevo de esta urbe impresionante perdurará por siempre en mi memoria. Me despido de Tokio pensando en la próxima visita y en que esta vez pueda compartirla con más de mis seres queridos. ¡Hasta pronto!
Marilyn Dieguez
Me sumo, me sumo… al viaje del próximo año… ¡Gracias por compartir tus vivencias! Muax…