Cómo aprendí en Hamburgo a decir patata en alemán
Cómo aprendí en Hamburgo a decir patata en alemán
Lo primero que me vino a la mente al saber que el torneo de Magic en Hamburgo para el cual acababa de comprar vuelos unos días antes había sido cancelado fue «bueno, iré a comer hamburguesas». Puede que sea un poco tonto, pero no creía realmente que hubiesen más hamburguesas que las rubias locales. Con el tiempo, he aprendido que las comidas a las que conocemos por el nombre de un lugar probablemente no se llaman de la misma forma allí: en la capital austriaca no tienen ni idea de lo que es una salchicha de Viena, y en Frankfurt las salchichas no son frankfurters. Suena lógico, ¿quién se iba a comer a los habitantes de su propia ciudad? Aun así, me hacía gracia enlazar el plato estrella de la comida rápida más internacional con la ciudad que iba a visitar, sobre la cual tenía que aceptar que no sabía nada.
Aunque estuviese convencido de que no encontraría la auténtica hamburguesa de Hamburgo, esto no impidió que me propusiera buscarla, sólo por hacer el tonto. Al llegar a la estación central, me puse a inspeccionar sus restaurantes, y vi un carrito en el que anunciaban con la imagen de una patata algo llamado Kartoffeln servido en un envase de cartón similar a los de pasta o comida china rápida, y no sé por qué razón me quedó la impresión de que se trataba de algún tipo de bolitas de masa de patata. Aunque es un tipo de receta que me gusta, prefería cenar sentado y relajado, así que me decidí por un plato alemán típico: currywurst con patatas fritas. Mientras estudiaba las salchichas y los precios, uno de los camareros me saludó: —¡Arigato! —Le devolví el saludo y le dije que no era japonés, lo cual le animó a tratar de adivinar mi nacionalidad. —¿China, Malasia, Hong Kong, Vietnam, Corea? —Le pidió más ideas a su compañero, quien mencionó algún otro país asiático, hasta que por fin otro cliente se pronunció. —América. —Si hablas del continente, sí. —Ahhhh, ¡latino! —dijo el camarero. Antes de que iniciase una retahila de países suramericanos, le dije que era de Panamá. Siempre me resulta gracioso jugar a esto, pues gracias a que nadie recuerda que existe mi país y mi aspecto asiático, nunca he perdido en este juego. —¿Es tu primera visita a Alemania? —Le respondí que no, que ahora vivía en España, pero en ese momento llegaron más clientes y nuestra conversación se vio interrumpida. Saqué mi cámara y le pedí permiso para tomar una foto. —Ah, ¿ves? ¡Cómo los asiáticos! —Sí, supongo que se le podría achacar a mis genes mi pasión por la fotografía… Engullí mi currywurst mientras veía a Lukas Podolski anotar el segundo gol en un partido de la Bundesliga y pensaba en que no tendría mucho tiempo para encontrar una hamburguesa, puesto que al día siguiente visitaría Lübeck y luego sólo pasaría un día en Hamburgo. No sospechaba que dos días después, mi obsesión gastronómica sería otra.
Realmente, como comenté antes, no había escuchado mucho sobre Hamburgo, aparte de que es uno de los puertos más importantes de Europa. En general, creo que las ciudades portuarias tienen pocos atractivos históricos, excepto el puerto en sí. Sin embargo, para aquellas personas interesadas en la historia del comercio marítimo y los puertos, estas ciudades son un museo viviente que vale la pena visitar. Hamburgo confirmó un poco más esta idea. No voy a decir que no encontré nada interesante, pues creo que es, en conjunto, una ciudad muy bonita que ofrece muchas opciones de ocio. Me dio la impresión de que la calidad de vida allí es muy buena: descubrí un gran lago donde la gente practica deportes de remo, múltiples espacios verdes, grandes puestas en escena teatrales como el Rey León, todo un distrito de entretenimiento, y uno de los clubes de fútbol más adorados en toda Alemania, el FC St. Pauli, muy popular a pesar de no ser uno de los más exitosos. Una de las zonas que más me gustó es la que llaman HafenCity, donde se está llevando a cabo un ambicioso proyecto de desarrollo de lo que antaño fue parte del puerto libre de Hamburgo. Fue justamente uno de los sitios que un conocido me recomendó que visitara en su ciudad, por lo que empecé mi exploración por allí. Me encantó cómo se está construyendo infraestructura nueva mientras se conservan antiguas naves de ladrillo (el Speicherstadt), integrando pasado y presente para el disfrute de los ciudadanos con ofertas de vivienda, oficinas, gastronomía y espacios culturales. Sólo espero que a nadie se le ocurra destruir el encanto de estas naves de color azafrán que nos hablan de un pasado de comercio frenético, durante el cual imagino que los ganchos que cuelgan de los techos de estos edificios estarían todo el día transportando mercancías desde los canales y las calles a los almacenes, y viceversa.
El día estaba nublado, pero mientras recorría el HafenCity, llegó un momento en el que parecía que el cielo se despejaría un poco, mejorando las posibilidades de disfrutar de otra de las recomendaciones que me habían hecho: contemplar la ciudad y el puerto desde la torre de la Iglesia de San Miguel, la «Michel». Lamentablemente, cuando llegué a lo alto de la torre de 132 m, la capota de nubes había regresado. Ni esto, ni el frío viento que soplaba a esa altura me impidió disfrutar de la panorámica, mientras reparaba en cada posible detalle. Gracias a mi teleobjetivo pude analizar algunas de las partes más llamativas del puerto, como el dique seco o el dique flotante, y de la ciudad, como el edificio del ayuntamiento o la torre de radio. Suponía que todo el mundo pensaba que yo era un japonés tomando fotos de Hamburgo, como el camarero del local de currywurst. Hmmmm, currywurst…
El hambre empezaba a hacer efecto, y había un plato de comida que no abandonaba mi mente. El día anterior, en Lübeck, había comido en un restaurante llamado Kartoffelnkeller. Había visto en el menú algo llamado «potato dumplings», y no sé por qué razón asocié la palabra Kartoffeln con esa descripción. Puede ser que la hubiese asociado desde que vi aquel puestito en la estación de tren de Hamburgo, pero cuando pedí mi plato, no me decidía entre dos y el camarero me recomendó el Kartoffelnkeller Pan. Una vez solicitado, me dio la impresión de que eso podía ser otra cosa, y no mis soñados «potato dumplings», pues me sonaba que era un plato que llevaba el nombre del restaurante; y efectivamente, así fue. Estaba muy bueno, eran tres filetes con vegetales y rodajas de patatas servidos en una sartén, pero me había quedado con las ganas de comer bolitas de masa de patata a como diera lugar. Pensé que podría ir al puestito de la estación de tren al regresar a Hamburgo, pero estaba muy cansado y me dormí a eso de las 19:00. A la mañana siguiente, estaba cerrado cuando pasé por allí, y ahora me encontraba descendiendo de la Michel, decidiendo si volver a la estación a buscarlo, o caminar un poco más. Decidí caminar hasta el ayuntamiento y ver el lago; seguramente allí habría algún sitio que los vendiese también.
El ayuntamiento no me decepcionó. Una estructura preciosa, algo común en las ciudades europeas. Enfrente de él, la parte interna del lago de Hamburgo. Todavía no había encontrado ningún sitio con Kartoffeln, así que mientras contemplaba el ir y venir de los barcos turísticos en el atracadero, me enfrenté a tres opciones: podía abordar un tour del lago, volver a la estación a buscar el dichoso quiosco, o ir a la zona roja de Sankt Pauli, donde posiblemente también habrían restaurantes. Como me gusta exprimir al máximo mis viajes, pregunté por la duración de los tours, miré el reloj, e hice mis cálculos. Decidí embarcarme, comer en Sankt Pauli, y dejar algo de tiempo para parar en el puestito de la estación central antes de ir al aeropuerto, en caso de no encontrar Kartoffeln.
Tras el paseo en barco, sólo me quedaba una oportunidad más para encontrar el plato que buscaba. Me dirigí a Reeperbahn, la calle más famosa de Sankt Pauli. La verdad me hubiese encantado ver el ambiente la noche anterior, pero el cansancio no me lo había permitido. Aun así, vi las estampas típicas del barrio rojo como los negocios de sexo o las tiendas de marihuana y otros productos naturales. También noté el ambiente festivo que los fans del FC St Pauli creaban desplegando la calavera del equipo de múltiples maneras; había partido esa noche, aunque demasiado tarde para que yo pudiese asistir, o de lo contrario me hubiese apuntado al mismo. Y mientras caminaba, lo vi: un restaurante con algo con Kartoffeln en las recomendaciones que mostraraban afuera del mismo. No había carta en inglés, pero no fue un obstáculo, ya que le dije a la camarera que quería Kartoffeln. Ella me preguntó si lo quería con crema agria y con pollo, y no me pareció mala idea, aunque lo de la crema agria me sonó un poco raro. Minutos más tarde, tenía una patata asada enfrente mío, con los extras sugeridos. Entonces comprendí que lo que por alguna extraña razón yo pensaba que se refería a unas bolitas de masa de patata no era más que el término en alemán para el tubérculo en sí. Sé que suena tonto y podía haberlo preguntado antes, pero estaba tan convencido de saber lo que era… Aun así, cuando más tarde llegué a la estación central para recuperar la mochila que había dejado en consigna, fui a buscar el famoso puestito. —Sí, es puré de patatas —me dijo la chica atendiendo. —¿Lo puedo pedir con maíz, por lo que veo? —Sí, claro. —En el tren hacia el aeropuerto, comí contento mi taza de puré con maíz, feliz de haber resuelto el misterio del Kartoffeln, a pesar de no haber encontrado ni la hamburguesa original, ni los dumplings de patata. Pero en mi próxima visita, no fallaré.
Marilyn
Jejejejejejeje….. cabez-a….
Marilyn Dieguez
¡Gracias… he estado, de tu mano -«puño y letra»-, en Hamburgo…!
Bitacoras.com
Información Bitacoras.com…
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