Caribeando y carnavaleando en Panamá
Caribeando y carnavaleando en Panamá
Hemos estado algo desaparecidos del blog y de las redes sociales por varias semanas. ¿La razón? Tres de nuestros amigos de Europa vinieron a pasar algunos días con nosotros, dos de ellos repitiendo visita tras haber venido en el 2014. Parece que les gusta Panamá. 🙂
La visita se dividió en varias etapas. Evidentemente, Jürgen, nuestro amigo belga, quien pisaba el istmo por primera vez, tenía que conocer el célebre Canal de Panamá. Kevin, el francés, y Frank, el holandés, ya lo conocían, así que tuvimos que buscar alguna manera interesante de hacerles volver. Por suerte, mi madre trabaja en el canal y tras mucho esfuerzo por su parte, conseguimos unas visitas internas al proyecto de ampliación del canal en el Pacífico y a las esclusas de Miraflores. Yo trabajé por poco menos de un año en estas esclusas y hacía más de una decada que no las visitaba, así que fue bastante agradable volver a ellas y ver parte del proyecto en el que yo trabajé en aquella época.
Tras visitar algunas otras atracciones de la capital, como el Casco Antiguo, nos dirigimos al archipiélago de San Blas, o comarca de Guna Yala, uno de mis lugares favoritos en el mundo. El hecho de que sea una comarca indígena donde no se puede llevar a cabo ninguna explotación comercial sin autorización de los nativos significa que los cientos de islas de este archipiélago están sin explotar por megaresorts, siendo los típicos paraísos caribeños que aparecen en un sinfín de postales. Para esta ocasión, decidimos contratar el servicio de un velero, donde dormimos y comimos, en lugar de quedarnos en un hotel. Fue una experiencia fantástica. Es algo completamente distinto a visitar San Blas y desplazarse en pequeñas lanchas. Es mucho más tranquilo y relajado, y el hecho de poder volver de las playas o de hacer snorkel e ir directamente a la cubierta del velero a tomarnos una cerveza o un refresco es una de las cosas más fantásticas que he hecho en un viaje al mar. Los chicos del velero Cinco, con quienes hicimos el viaje, son una estupenda pareja con historias muy interesantes que contar y excelente mano para la cocina. Todos quedamos entusiasmados y nos la pasamos hablando de cuándo repetiríamos este viaje.
Tras aceptar a regañadientes que había que dejar el Caribe atrás, nos dirigimos al interior del país, a la capital de la provincia de Los Santos, Las Tablas, cuna de la mayor fiesta de Carnavales del país, donde se guardan con cuidado y amor las mayores tradiciones de esta celebración. Durante los Carnavales, el pueblo se divide en dos bandos, separados por el parque central: Calle Arriba y Calle Abajo. Cada lado dedica todo el año anterior a preparar la mejor fiesta posible, con un gran número de carrozas alegóricas, complejos disfraces, la banda de música más alegre y los espectáculos pirotécnicos más exagerados. La vistosidad de estos Carnavales no tiene rival en Panamá, aunque claro está, son los más concurridos y a veces es un poco abrumador estar en un espacio tan reducido. Las Tablas es, a fin de cuentas, una población de poco menos de treinta mil habitantes que durante los Carnavales llega a albergar hasta cien mil almas. Pero para el que puede soportar algo de hacinamiento, hay muchas recompensas folclóricas.
Tras un itinerario tan complicado, ahora estamos disfrutando de unos días a solas tras la partida de nuestros amigos. Sin embargo, en cierta forma, los extrañamos. Nos encanta recibir visitas y mostrarles nuestro maravilloso país. Hasta el momento, todos parecen haber quedado encantados y con ganas de volver una vez más. No creo que nuestros amigos quieran repetir el Carnaval de Las Tablas, pero seguro que no rechazan un viaje más largo navegando por las islas de San Blas. 🙂